viernes, 17 de octubre de 2008

A CORAZÓN ABIERTO


El amor y la muerte son hermanos. Un sentimiento de abnegación se alza de las profundidades de mi ser, y me llama a sí, y me dice que todo mi ser debe darse y perderse por el objeto amado.

Ansío confundirme en una de sus miradas; diluir y evaporar toda mi escencia en el rayo de luz que sale de sus ojos; quedarme muerta mirándolo, aunque me condene.

Lo que es aún más eficaz en mí contra el amor no es el temor, sino el amor mismo. El objeto de mi amor superior se ofrece a los ojos de mi mente como el sol que todo lo enciende y alumbra, llenando de luz los espacios; como átomo de polvo que vaga en el ambiente y que el sol dora. Toda su beldad, todo su resplandor, todo su atractivo no es más que el reflejo de ese sol increado, no es más que la chispa brillante, transitoria e inconsciente de aquella infinita y perenne hoguera.

Mi alma, abrasa de amor, pugna por criar alas, y tender vuelo, y subir a esa hoguera, y consumir allí cuanto hay en ella de impuro.