El ruido a veces tiene sus ventajas; no se oyen las palabras. Con las manos trémulas y cargadas de ansiedad abrió el bolso y tomó la pitillera. Necesitaba sentir entre sus labios aquella sensación de control. Un control anhelado, el control que le faltaba de su propia vida. Aquel control que un día creyó tener, y sin darse cuenta lo había perdido.
Se había convertido en una mujer ajena, una mujer totalmente desconocida para ella. Todo lo que era, todo lo que deseaba, todo lo que pensaba, todo en lo que ella creía había desaparecido sin más. Ahora era una sumisa por y contra su propia voluntad.
Tenía sus propias expectativas de vida, sus propios sueños, sus propios ideales, pero a medida que pasaban los días, los meses… se empezó a dar cuenta de que todo aquello que quería se derrumbaba a cada paso que daba.
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